En la tarde de ayer en la parroquia Santiago A Nova tuvimos el privilegio de escuchar a Olga Louzao, exconcejal del Ayuntamiento de Lugo y pregonera del Domund de este año. El acto fue amenizado por el coro de la parroquia San Francisco Javier, al termino del mismo el Obispo de Lugo, D. Alfonso Carrasco, le hizo entrega de un libro que recoge los carteles del Domund desde el año 1941 hasta el 2015 y una hucha como las que se utilizaban para recoger los donativos en los años 60 con el busto de un japonés. Compartimos con vosotros el texto del Pregón:
Ilustrísimo Sr. Obispo,
autoridades, amigas y amigos
En
primer lugar, y con su permiso, me gustaría agradecer a las personas que
pensaron en mí para ser la pregonera del Domund 2024, y que confiaron en que
estaría a la altura de esta enorme responsabilida. De forma especial al padre
Jesús, que ha sido mi contacto directo. Y digo agradecida, no sólo por estar
hoy aquí, que también, sino por haberme permitido ser partícipe de uno de los
actos de la Iglesia marcado por una profunda solidaridad y entrega, sobre todo,
en los tiempos que nos tocan vivir.
Muchos
de ustedes se preguntarán por que yo, y no duden que yo también he esperado esa
respuesta. Quiero pensar que mi paso por la vida pública ha sido un mérito para
este honor, porque también, al igual que los misioneros, con las grandes
diferencias que nos separan, los que nos dedicamos a la actividad política
decidimos un día poner nuestro tiempo y trabajo al servicio de los demás,
intentando con ello mejorar sus condiciones de vida. Al menos esa ha sido mi intención.
Y si eso ha influido a que hoy pueda estar aquí, ante ustedes, no hay duda de
que ha merecido mucho la pena, más de lo que pensaba.
Pero
lo que seguro no saben es que mi primer contacto con el Domund se remonta a
hace ya unas cuantas décadas. Estudié EGB en Colegio Divino Maestro, y fui una
de esas niñas que con 11, 12 años, tenía el privilegio de salir el día del
Domund con la hucha, pidiendo donativos. Uno de esos buenos recuerdos que una
guarda de la infancia. Seguramente en aquel momento no era muy consciente de
qué siginificaba lo que estábamos haciendo o qué repercusión tenía, a pesar de
lo que nos explicaban o contaban en el colegio, pero, para nosotras,era un
orgullo poder participar con aquella pregunta de "¿Nos da una ayuda para el
Domund?" y poder poner la pegatina a quien colaboraba.
Ya
han pasado muchos años de aquello y poder preparara este pregón, y participar
en las conferencias de los misioneros que acudieron a Lugo a contar sus
experiencias, me ha permitido actualizar esos recuerdos y sobre todo, conocer
el gran trabajo que realizan y la importancia que tiene todo lo recaudado para
que todos sus proyectos se puedan llevar a cabo. Sin esa ayuda, muchos de ellos
se quedarían
en meras ideas o sin finalizar.
Un
pregón es un acto de alegría, de celebración, de anuncio, pero también, para
mí, en este caso, es la oportunidad de poder poner en valor y de contarles esas
importantes e imprescindibles funcionese de los más de 10.000 misioneros
repartidos por todo en mundo en los más de 1000 territorios. Personas como
nosotros que un día deciden que su papel en el mundo es otro y ponen su vida al
servicio de los demás, a miles de quilómetros de su casa y en territorios con
unas condiciones sociales, económicas y habitacionales muy complicadas, con
idiomas incluso distintos, y ello en nombre de Dios. Personas como nosotros,
sí, pero ya les digo que escuchando los testimonios de estos días del padre
Antonio, y del padre Roberto, una comprueba lo pequeña que se siente ante tal
acto de amor y de entrega. Y eso marca la gran diferencia.
Vivimos
en una sociedad individualista, en la que apenas parece que tenemos tiempo ni
para los nuestros; consumista, en la que nuestra felicidad se mide por las
cosas materiales que poseemos o que aspiramos a tener. Una sociedad repleta de
reproches, de señalamientos, de mentiras e, incluso, violenta, en la que la paz
a la que nos habíamos acostumbrado empieza a resquebajarse. Un mundo convulso,
con cambios y dificultades enormes, pero en el que parece que lo pasa lejos de
nosotros no nos afecta. Y me atravería a decir que hasta cobarde, en la que
preferimos esconder nuestras opiniones y creencias tratando de pasar
desapercibidos, salvo que el anonimato nos acompañe. Y resulta sorprendente que
cuanto mejor comunicados estamos, cuanta más información disponemos, cuantas
más comodidades disfrutamos, sea el momento en que nos sintamos más solos o
incluso, decepcionados, lo que deja en evidencia que todo eso no nos hace más
felices.
Por
ello, ¿cómo no destacar a los misioneros y su labor en el mundo que conocemos?
Escuchaba a Roberto la semana pasada, misionero indonesio que ahora está en
España o al Padre Antonio, que durante años estuvo en República Dominicana,
contar sus vivencias personales y los proyectos con los que habían colaborado y
lo que habían conseguido en territorios sin apenas recursos económicos en los
que la pobreza es una de sus características principales, además de muchas otras complejidades, dejando
atrás, seguramente una vida confortable, con la única intención de ayudar a los
demás. Y ellos decían que la fuerza para afrontar esas situaciones, en
ocasiones, tan difíciles, se la daba su fe y su creencia en Dios, reconociendo
que lo que recibían en esos lugares y de las personas con las que compartían su
vida era muchísimo más de lo que ellos les podían dar. Personas que ponen su
vida al servicio de los demás, a veces, poniéndola incluso en peligro, sin
esperar nada a cambio, lejos de su familia, de sus amigos, de su zona de
confort. Personas buenas, solidarias y valientes. No tienen miedo ante las
dificultades que se les pueden presentar ni a reconocer que lo hacen en nombre
de Dios y en representación de la Iglesia. Ellos son la esperaza de que un
mundo mejor es posible y para ellos va hoy toda mi gratitud y mi alabanza. Por
ellos merece la pena, como dice el lema de este año del Domund, ir e invitar al
banquete, porque sin nuestra ayuda, sin nuestros donativos y aportaciones no
podrán seguir llevando a cabo su trabajo ni podremos sentirnos parte, de alguna
forma, de ese intento de hacer un mundo mejor para todos.
Soy
una persona creyente; mis padres me educaron y trataron de inculcarme los
valores que enseña y representa la fe cristiana y ese quiero que también se
parte del legado que le dejo a mi hijo. Ante muchas situaciones que se han ido
presentando en mi vida, ellos siempre me repetían, y aún lo hacen, que no me
olvide de rezar y de creer, y que trate de ser siempre buena persona. Pero es
verdad que yo también soy una de esas personas que vive todo deprisa, sin
apenas tiempo, y que, a veces, duda y también de sus creencias. Por eso decía
al principio que hoy me siento especialmente agradecida por estar aquí, porque
tener la oportunidad de conocer de primera mano las historias vitales de los
misioneros que han estado en Lugo me ha permitido reencontrarme con mi fe. Si
hay alguien capaz de provocar en las personas esa capacidad de entrega, de
fortaleza, de amor, y ese alguien es Jesucristo, como no sentirse afortunado de
creer en esa fuerza que nos provoca ante las adversidades, esas que tantas
veces no hacen dudar de su existencia. Esta es una de las mejores pruebas de su
presencia, al menos, para mí.
Y esta,
creo que también tiene que ser mi misión en un día de celebración como el de
hoy: reconocer su trabajo y su dedicación, permitiendo que el evangelio y todo lo que nos enseña llegue a lugares tan
lejanos y repletos de dificultades. Y no sólo eso, sino también todos los
proyectos sociales, educativos, sanitarios, medioambientales que ellos llevan a
cabo, que no serían posible sin nuestro apoyo. Ellos llevan la esperanza a
donde ya no existe. Ellos han puesto su vida a disposición de los demás y no
hay prueba de amor más grande. Y, como bien se dice, el amor mueve montañas.
No todos
estamos a la altura ni somos capaces de tan grande acto de coraje, generosidad
y convicción, pero sí que es posible que podamos ser misioneros en nuestro día
a día, como decía el padre Roberto. La lección de vida que nos ofrecen, a
todos, a los que creemos y a los que no, y también a los que nos invaden las
dudas, nos tiene que servir para que, en nuestro pequeño rincón, sigamos
intentando dejarlo mejor de lo que lo encontramos. Hagamos esa nuestra misión e
seamos el vivo ejemplo de todos aquellos misioneros que son un ejército de
esperanza en un mundo que parece sentirse perdido.
Feliz Día del Domund a
todos