Como nos recordó Juan Pablo II, no hay misión sin misioneros. Con la entrega total de su vida, los misioneros son el Evangelio viviente, dando testimonio de la presencia salvadora y amorosa de Dios en medio de todos los pueblos.
La vocación misionera se manifiesta en el deseo de extender el Reino a todos los pueblos, en el compromiso por participar activamente en la difusión de la fe, y en el acompañamiento de quienes se incorporan a la Iglesia a través del bautismo.