Hace unos días nos ha escrito Ana, misionera de nuestra diócesis, desde Patuka (Honduras), Un lugar, cuyo único acceso es por barca o en avioneta.
Os dejamos su testimonio, que quizás nos haga reflexionar un poquito y nos decidamos ayudar más a nuestros misioneros, pues, aunque no lo creamos, están realizando una labor muy grande.
Hace días que
me propusieron que escriba y cuente algo, y llevo días dándole vueltas y sin
saber muy bien cómo hacerlo…pero hoy al leer el artículo de cuaresma desierto
lugar de aprendizaje, Enrique Martínez Lozano ha dejado pasar un poco de luz y
recoger gráficamente lo que este último
tiempo he vivido por este lado del mundo. Por eso lo propongo como punto de
partida.
Sin duda creo
que estos meses en Patuka los recordaré
como un tiempo de desierto en mi vida y aprendizaje, donde he sentido
zarandeadas demasiadas cosas…ojalá que como dice el artículo al final de este
proceso sea la llegada a la tierra prometida.
Y aquellos que
me conocen saben que soy optimista, pero creo que a veces es bueno reconocer lo
que nos zarandea y porque no compartirlo…yo me encuentro tranquila y feliz,
pero si hay una parte de esta realidad, que me cuestiona a lo más profundo de
mi ser, y es por eso que decido compartirlo con ustedes. No todas las cosas que
me cuestionan y zarandean por supuesto porque la lista es larga, pero si me
atrevo con algunas.
El poco tiempo
que he compartido con las mujeres miskitas de Patuka, me ha hecho plantearme
muchas preguntas sobre mi propia existencia como mujer, y quizá sentir de una
manera fuerte lo privilegiada que he sido y soy como mujer y algún que otro
desprecio por este mismo hecho de ser mujer.
Veo casi a
diario, como viven por y para “su hombre” soportando cosas que a mí me parecen
imposibles (infidelidades, escasez, alcoholismo, enfermedad, desprecio,
desprecio, más desprecio…), como ponerse en último lugar es algo tan natural que
es la reacción más lógica. Como a ese sufrimiento silencioso le dan buenas
dosis de auto resignación, es así, siempre ha sido así… Y entiendo que poder
decir lo que pienso, haber estudiado, ser independiente, valorarme y quererme
como mujer y persona, y estar soltera por elección, es un lujo que pocas o casi
ninguna mujer misquita tiene. Si bien por acá dicen que los que no tenemos
hijos vamos al infierno (y de hecho rezan por padres, hermanas, nosotros
misioneros y el papa…para que nos toque
un fueguito pequeño), que bendecida me siento por haber podido tomar y dar
forma a mi vida, sin sentir que el ser mujer era un problema para ello. Y
después de 8 años de trabajo en pastoral
penitenciaria en Bolivia, Patuka me descubre una nueva dimensión de la libertad.
De la que yo he disfrutado durante toda mi vida siendo mujer.
Otra de las
realidades que me cuestiona y zarandea de una manera brutal, es darme cuenta de
cómo vivo con una serie de lujos, que para mí son normales, pero no, para la
gente con la que comparto, y cuan dependiente realmente soy de los mismos.
Tener luz eléctrica, agua corriente, acceso a internet, comida en la despensa,
cama, ducha, toallas y sábanas, me hace alguien muy privilegiado en este
pueblo…quizá como siempre tuve esas cosas, para mí eran como mínimos que no me
hacían rica, es más podría decir que nuestro estilo de vida es austero…pero
aquí al conocer las casas de la gente, o como cuando llegan una simple sábana
al ropero se matan por conseguirla, o una toalla,… o cuando ves que a una
anciana le robaron la olla con frijoles, y no tiene nada más para cocinar…al
menos yo no puedo dejar de sentirme asquerosamente rica y darme cuenta que no solo
tengo esas cosas y siempre las tuve, sino que si me las quitas, puedo vivir,
pero como me costaría… (Acostumbrase a tener 3 horas de luz eléctrica al día ya
ha sido todo un reto…porque mi forma de
trabajar, y vivir estaba mucho más dependiente de la electricidad de lo que yo
misma creía).
Dentro de ese
apartado de privilegios y necesidades
algo que me zarandea también, es la salud, nunca he tenido nada grave, pero si
la posibilidad de tener un medicamento y una consulta de manera casi inmediata,
hacia cualquier dolencia: esguinces, bronquitis, rinitis, alergia….acá que me está
tocando de cerca acompañar a los enfermos, veo gente con cáncer que el día que
tiene suerte dispone de un paracetamol, para el dolor, gente que va con todo el
esfuerzo al hospital más cercano 4 horas río arriba, y pocos días después su
familia lo trae a morir aquí, para que no sea tan caro después, y porque lo que
tiene necesita cirugía, un hospital de mayor categoría en la ciudad…y una vez más
veo cierta resignación en todo ello, que por un lado me enoja un poco, y por
otro supongo que es la única forma de llevarlo sin volverse loco.
Y como dice el
artículo, supongo que esta estancia en el desierto me conducirá a descubrirme y
despojarme de aquellas cosas que sentía daba seguridad, y aquí veo que no
funcionan o no existen…y me obliga a buscar esa grieta de luz, para poder dar
sentido a nuestra presencia misionera aquí. Creo por suerte que en mi fondo no cabe mucha resignación, y creo
y entiendo que a pesar de todo mi presencia aquí, difícilmente podrá sacar a
nadie del desierto en el que se encuentra, pero me gusta pensar que Dios nos ha
llamado a Patuka para hacer grietas, que si no es ahora con el tiempo dejaran
pasar un poco de luz.