Queridos hermanos y hermanas:
Cómo desearía que, a lo largo del
Jubileo Extraordinario de la Misericordia, todos los bautizados pudieran
experimentar el gozo de pertenecer a la Iglesia. Ojalá puedan redescubrir que
la vocación cristiana, así como las vocaciones particulares, nacen en el seno
del Pueblo de Dios y son dones de la divina misericordia. La Iglesia es la casa
de la misericordia y la “tierra” donde la vocación germina, crece y da fruto.
Por eso, invito a todos los
fieles, con ocasión de esta 53.ª Jornada Mundial de Oración por las Vocaciones,
a contemplar la comunidad apostólica y a agradecer la mediación de la comunidad
en su propio camino vocacional. En la Bula de convocatoria del Jubileo
Extraordinario de la Misericordia recordaba las palabras de san Beda el
Venerable referentes a la vocación de san Mateo: miserando atque
eligendo (Misericordiae vultus, 8). La acción misericordiosa del Señor
perdona nuestros pecados y nos abre a la vida nueva que se concreta en la
llamada al seguimiento y a la misión. Toda vocación en la Iglesia tiene su
origen en la mirada compasiva de Jesús. Conversión y vocación son como las dos
caras de una sola moneda y se implican mutuamente a lo largo de la vida del
discípulo misionero.
El beato Pablo VI, en su
exhortación apostólica Evangelii nuntiandi, describió los
pasos del proceso evangelizador. Uno de ellos es la adhesión a la comunidad
cristiana (cf. n. 23), esa comunidad de la cual el discípulo del Señor ha
recibido el testimonio de la fe y el anuncio explícito de la misericordia del
Señor. Esta incorporación comunitaria incluye toda la riqueza de la vida
eclesial, especialmente los sacramentos. La Iglesia no es solo el lugar donde
se cree, sino también verdadero objeto de nuestra fe; por eso decimos en el
credo: “Creo en la Iglesia”.
La llamada de Dios se realiza por
medio de la mediación comunitaria. Dios nos llama a pertenecer a la Iglesia y,
después de madurar en su seno, nos concede una vocación específica. El camino
vocacional se hace al lado de otros hermanos y hermanas que el Señor nos regala:
es una con-vocación. El dinamismo eclesial de la vocación es un antídoto contra
el veneno de la indiferencia y el individualismo. Establece esa comunión en la
cual la indiferencia ha sido vencida por el amor, porque nos exige salir de
nosotros mismos, poniendo nuestra vida al servicio del designio de Dios y
asumiendo la situación histórica de su pueblo santo.
En esta jornada, dedicada a la
oración por las vocaciones, deseo invitar a todos los fieles a asumir su
responsabilidad en el cuidado y el discernimiento vocacional. Cuando los
apóstoles buscaban uno que ocupase el puesto de Judas Iscariote, san Pedro convocó
a ciento veinte hermanos (Hch 1,15); para elegir a los Siete,convocaron
el pleno de los discípulos (Hch 6,2). San Pablo da a Tito criterios específicos
para seleccionar a los presbíteros (Tit 1,5-9). También hoy la comunidad
cristiana está siempre presente en el surgimiento, formación y perseverancia de
las vocaciones (cf. Exhort. ap. Evangelii gaudium, 107).
La vocación nace en la Iglesia
La vocación nace en la Iglesia.
Desde el nacimiento de una vocación es necesario un adecuado “sentido” de
Iglesia. Nadie es llamado exclusivamente para una región, ni para un grupo o
movimiento eclesial, sino al servicio de la Iglesia y del mundo. Un
signo claro de la autenticidad de un carisma es su eclesialidad, su capacidad
para integrarse armónicamente en la vida del santo Pueblo fiel de Dios para el
bien de todos (ibíd., 130). Respondiendo a la llamada de Dios, el
joven ve cómo se amplía el horizonte eclesial, puede considerar los diferentes
carismas y vocaciones y alcanzar así un discernimiento más objetivo. La
comunidad se convierte de este modo en el hogar y la familia en la que nace la
vocación. El candidato contempla agradecido esta mediación comunitaria como un
elemento irrenunciable para su futuro. Aprende a conocer y a amar a otros
hermanos y hermanas que recorren diversos caminos; y estos vínculos fortalecen
en todos la comunión.
La vocación crece en la
Iglesia. Durante el proceso formativo, los candidatos a las distintas
vocaciones necesitan conocer mejor la comunidad eclesial, superando las
percepciones limitadas que todos tenemos al principio. Para ello, es oportuno
realizar experiencias apostólicas junto a otros miembros de la
comunidad, por ejemplo: comunicar el mensaje evangélico junto a
un buen catequista; experimentar la evangelización de las periferias con una
comunidad religiosa; descubrir y apreciar el tesoro de la contemplación
compartiendo la vida de clausura; conocer mejor la misión ad gentes por el
contacto con los misioneros; profundizar en la experiencia de la pastoral en la
parroquia y en la diócesis con los sacerdotes diocesanos. Para quienes ya están
en formación, la comunidad cristiana permanece siempre como el ámbito educativo
fundamental, ante la cual experimentan gratitud.
La vocación está sostenida por
la Iglesia
La vocación está sostenida por
la Iglesia. Después del compromiso definitivo, el camino vocacional en la
Iglesia no termina, continúa en la disponibilidad para el servicio, en la
perseverancia y en la formación permanente. Quien ha consagrado su vida al
Señor está dispuesto a servir a la Iglesia donde esta le necesite. La misión de
Pablo y Bernabé es un ejemplo de esta disponibilidad eclesial. Enviados por el
Espíritu Santo desde la comunidad de Antioquía a una misión (Hch 13,1-4),
volvieron a la comunidad y compartieron lo que el Señor había realizado por
medio de ellos (Hch 14,27). Los misioneros están acompañados y sostenidos por
la comunidad cristiana, que continúa siendo para ellos un referente vital, como
la patria visible que da seguridad a quienes peregrinan hacia la vida eterna.
Entre los agentes pastorales
tienen una importancia especial los sacerdotes. A través de su ministerio se
hace presente la palabra de Jesús que ha declarado: Yo soy la puerta de las
ovejas... Yo soy el buen pastor (Jn 10, 7.11). El cuidado pastoral de las
vocaciones es una parte fundamental de su ministerio pastoral. Los sacerdotes
acompañan a quienes están en buscan de la propia vocación y a los que ya han
entregado su vida al servicio de Dios y de la comunidad.
Todos los fieles están llamados a
tomar conciencia del dinamismo eclesial de la vocación, para que las
comunidades de fe lleguen a ser, a ejemplo de la Virgen María, seno materno que
acoge el don del Espíritu Santo (cf. Lc 1,35-38). La maternidad de la Iglesia
se expresa a través de la oración perseverante por las vocaciones, de su acción
educativa y del acompañamiento que brinda a quienes perciben la llamada de
Dios. También lo hace a través de una cuidadosa selección de los candidatos al
ministerio ordenado y a la vida consagrada. Finalmente es madre de las
vocaciones al sostener continuamente a aquellos que han consagrado su vida al
servicio de los demás.
Pidamos al Señor que conceda a
quienes han emprendido un camino vocacional una profunda adhesión a la Iglesia;
y que el Espíritu Santo refuerce en los Pastores y en todos los fieles la
comunión eclesial, el discernimiento y la paternidad y maternidad espirituales:
Padre de misericordia, que has
entregado a tu Hijo por nuestra salvación y nos sostienes continuamente con los
dones de tu Espíritu, concédenos comunidades cristianas vivas, fervorosas y
alegres, que sean fuentes de vida fraterna y que despierten entre los jóvenes
el deseo de consagrarse a Ti y a la evangelización. Sostenlas en el empeño de
proponer a los jóvenes una adecuada catequesis vocacional y caminos de especial
consagración. Dales sabiduría para el necesario discernimiento de las
vocaciones de modo que en todo brille la grandeza de tu amor misericordioso.
Que María, Madre y educadora de Jesús, interceda por cada una de las
comunidades cristianas, para que, hechas fecundas por el Espíritu Santo, sean
fuente de auténticas vocaciones al servicio del Pueblo santo de Dios.
Francisco
Vaticano, 29 de noviembre de 2015
Vaticano, 29 de noviembre de 2015
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