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22 may 2017

Dios me ha dado ánimos para seguir con mi vocación. #VocacionesNativas

Me llamo Teresa Yotsaya Piriyachart. Soy  misionera Idente de la Provincia de Tailandia.



Nací en una familia católica y viví rodeada de un ambiente religioso. Los niños que íbamos a la escuela también íbamos a misa todos los días, cantábamos en el coro,  teníamos confesión una vez a la semana. Teníamos muchas actividades. Mi pueblo estaba a 50 kilómetros de Bangkok y mi padre, hombre de fe muy profunda, me envió a casa de unos tíos, con 12 años, para estudiar la secundaria en un centro llevado por monjas. Cuando nos encontrábamos, siempre me preguntaba si me gustaría ser religiosa. Me había enviado allí porque yo era buena estudiante y le hubiera gustado que su hija pudiera servir a la Iglesia en aquella congregación. El sembró en mi corazón la semilla de  ayudar a la Iglesia pero en cuanto a consagrar mi vida, esa parte yo no la entendía.

Una vez terminados mis estudios de bachillerato, quería ir a América para completar mis estudios, pues tenía un tío allí que me invitó a estar con su familia. Me gustaba la idea porque pensaba que a mi regreso tendría un gran futuro profesional. Pero mi familia quería que estudiara enfermería y yo no estaba muy convencida. Se lo pedía a Dios con fuerza en mi oración; pero escuché varias veces en mi interior que tenía que escuchar y obedecer a mis mayores. Lo  interpreté como voluntad de Dios y así, sin estudiar debidamente para el examen de ingreso, me presenté y, sorprendentemente, lo aprobé y comencé a estudiar enfermería. Fue muy duro para mí porque tenía que obligarme a hacer lo que no me gustaba: estudiar asignaturas que me resultaban difíciles,  trabajar por las noches cuidando a los enfermos….

Una vez terminados los estudios empecé a desarrollar mi profesión, pero yo seguía buscando algo que no sabía qué era. Traté de leer libros de vida espiritual, participar en la adoración eucarística, etc. Pasado un año mi vida cambió, me gustaba ir a misa y recibir la comunión todos los días, si podía. Aunque a la vez, una parte de mi quería ser como mis amigas y llevar una vida fácil. Pero otra parte de mí soñaba con las historias de misioneros que trabajaban duro por el Reino de Dios tal como me contaba mi madre cuando era pequeña. Ambos sueños luchaban dentro de mí.

Un día, después de la adoración, sentí una voz que me decía que tenía que estudiar inglés porque tenía que ser misionera. Fue tan fuerte que, aunque no sabía qué tenía que hacer ni dónde ir, empecé a prepararme y ver el dinero que tenía que ahorrar para poder dejar el trabajo. Después de unos años, encontré un grupo de religiosos y laicos que iban a recibir una formación para ir a trabajar a otros países. Fue así como fui a Camboya con la Sociedad Misionera de Tailandia.

En Camboya, me encontré con una dura prueba para mi fe, y es que, en medio de tanta pobreza y violencia, no podía entender cómo Dios es amor.Me había sido fácil entenderlo estando en Bangkok, teniendo comida, médicos, hospitales, etc. Pero allí la gente carecía de todo. Luego Dios me hizo entender que toda aquella miseria era fruto del pecado de los hombres y que con  amor vivido por cada uno, se podían remediar muchas de esas carencias. Regresé a Bangkok después de cuatro años, por problemas de salud.
Seguí colaborando con la Sociedad Misionera de Tailandia como misionera laica, pero surgieron algunas complicaciones que hicieron que tuviera que dejarlo. Sabía que tenía que ser misionera, a la vez que en mi interior sabía también que no podía ser misionera yo sola, pero en esos momentos me encontraba sola. De este modo, busqué en el directorio de la diócesis una institución misionera para conocer qué es lo que hacían; vi el nombre de los Misioneros y Misioneras Identes. En ese mismo tiempo oí, repetidas veces en la oración que tenía que ir a la ciudad para hablar con una religiosa sobre la vida espiritual una vez a la semana, pero no entendía el sentido. Llamé por teléfono a las Misioneras Identes, pero no nos entendimos a causa de la lengua pues acababan de llegar a Tailandia y no había ninguna tailandesa. Me desanimé un poco. Pasadas unas semanas, para mi sorpresa, un sacerdote Idente, tailandés vino a mi parroquia para dar un retiro a los jóvenes y le pedí que me ayudara a conocer a las misioneras. Así llegue a la casa de los Misioneros y las Misioneras y empezamos a hablar pero después de dos conversaciones, como no entendía nada, decidí que no volvería.  Sin embargo, Cristo insistía en mostrarme el camino que me tenía preparado.
Volví a retomar mis conversaciones con una misionera, quien precisamente me confirmó aquellas palabras que había oído en mi oración: que tenía que ir a hablar con ella  una vez a la semana. Por todo ello y aunque no entendía bien lo que me decía por cuestiones del idioma, fui, puntualmente, todas las semanas a Bangkok a hablar con ella. Pasados unos meses, recibí la invitación para ir a formarme como misionera Idente y conocer el carisma de nuestra Institución en una de nuestras comunidades en India, ya que allí se hablaba en inglés. Allí, en un país extranjero y una cultura nueva, pero guiada por la fe y la confianza en la Providencia  aprendí a dar los primeros pasos en mi consagración.


Está claro que en la vida religiosa encontramos problemas, pues tenemos que vencernos a nosotros mismos y aceptar cosas que en principio no van con nuestro carácter, sicología y gustos, pero yo creo que lo más importante es la relación con Dios, que en mi caso me ha dado siempre ánimo para ir más allá de todo esto y cumplir Su voluntad. En esta institución he encontrado lo que estaba buscando hace mucho tiempo, una explicación de Dios y de la vida espiritual que no había encontrado en ningún otro lugar como lo encontré en las explicaciones y la vida de Fernando Rielo. También ha sido una respuesta a mi deseo de ayudar a la Iglesia, que ahora entiendo más claramente: la actividad concreta que yo pueda hacer para ayudar a la Iglesia, es mucho menor que lo que el carisma del Fundador aporta y compartirlo con muchos hermanos y hermanas es una ayuda realmente mayor.