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27 mar 2018

La misión: apertura, respeto y compromiso

Hoy nos encontramos ante una nueva etapa misionera que pide una nueva conciencia y comprensión de los aspectos teológicos y pastorales de la misión. La Iglesia se enfrenta a nuevos interrogantes: qué significa evangelizar en un mundo traspasado por la injusticia y la desigualdad cada vez más grande entre ricos y pobres; cómo evangelizar la nueva cultura que está naciendo; cómo afrontar el diálogo interreligioso, aún en ciernes, sobre todo cuando crece la persecución contra los cristianos por parte de ciertos grupos fundamentalistas; qué significa “salir a las periferias” para una iglesia envejecida y con poca vida como es la europea; cómo hacer creíble un mensaje de amor y misericordia cuando muchos de sus miembros principales aún hoy continúan viviendo como auténticos príncipes... 
Todos estos interrogantes han de responderse a partir de una serie de constantes que han de estar presentes en todo momento: 
La primera constante es el qué de la misión. En primer lugar, hemos de aclarar el concepto “territorio de misión”. Hoy se utiliza este concepto para designar a aquellas circunscripciones eclesiásticas que están bajo el amparo de la Congregación para la Evangelización de los Pueblos, al ser comunidades eclesiales que no pueden subsistir por sí mismas, debido a la falta de recursos humanos y económicos. Actualmente están catalogados 1.113 territorios de misión que extienden por África y Asia, las islas de Oceanía y América. La misión siempre es ad gentes. Por tanto, una Iglesia misionera es aquélla que entra en contacto con los llamados territorios de misión, para anunciar el Evangelio a quien aún no ha oído hablar de él, no una Iglesia que, por comodidad o miedo, se queda en su propio territorio y sólo piensa en sus problemas.
La segunda constante es el cómo de la misión. En 1622, el Papa Gregorio XV funda la Congregación Propaganda Fide con la intención de poner toda la actividad misionera bajo su control y desligarla de la actividad colonial. Y en el año 1659, la Congregación dirige una Instrucción que se ha convertido en una especie de Carta Magna de las misiones, puesto que muestra cómo ha de llevase a cabo y qué cualidades han de adornar al mensajero. A grandes rasgos, la Instrucción recoge el antiguo concepto de “las semillas del Verbo presentes en todo hombre” para mostrar que la misión no se puede realizar de una manera colonialista, imponiendo los criterios y modos de pensar y de actuar, sino respetando, acogiendo y valorando positivamente lo bueno que hay en otras culturas y religiones, puesto que en ellas encontramos el abono apropiado para la siembra del Evangelio. 
La tercera constante es el quién de la misión. El Vaticano II considera la misión como algo propio de todo el Pueblo de Dios, puesto que forma parte de la naturaleza de la Iglesia y tiene su origen en la Trinidad: en la misión del Hijo y del Espíritu Santo, según el propósito del Padre (cf. Ad Gentes 2). Por ello, Evangelii Gaudium 119-121 habla de la Iglesia como un pueblo de discípulos misioneros. 
Estas tres constantes -qué, cómo y quién, que se pueden definir como apertura, respeto y compromiso- han de ser la base de toda la acción misionera de la Iglesia en general, y del trabajo que realizamos en la Delegación de Misiones de Lugo en particular. Nuestro trabajo se vertebra en dos direcciones que, lejos de alejarse, están en permanente contacto: 
Una parte importante del mismo es el contacto y la ayuda a los misioneros. 
Nuestra diócesis tiene cauces de colaboración económica con ellos. Pretendemos que en todo momento sientan el aliento y el ánimo de su diócesis. Mantenemos contacto con ellos y les escribimos una carta personal en Navidad y por su cumpleaños. Con algunos misioneros mantenemos contacto fluido y de colaboración en proyectos. Sin ello nuestra tarea carecería de sentido. En la actualidad, contamos con 57 misioneros lucenses esparcidos por los distintos continentes: 47 en América, 3 en África, 2 en Asia y 5 regresados a Europa. 
Por otra parte, nuestra Delegación tiene como tarea la animación misionera dentro de nuestra diócesis para que la misión ad gentes, tal como la hemos definido anteriormente, sea una constante de toda la comunidad diocesana. Para ello, contamos, como el valiosísimo medio de las Obras Misionales Pontificias (OMP). El peligro que acecha constantemente es reducir la misión ad gentes a una campaña. Es por ello que intentamos actualizar las campañas para llenarlas de contenido profundo y lleguen con aire renovado a las comunidades. No siempre lo conseguimos, unas veces porque nos instalamos nosotros en la comodidad, y otras porque pertenecemos a una Iglesia envejecida en su espíritu, acomplejada, llena de miedos y que se está mirando constantemente a su propio ombligo. 
En definitiva, el trabajo de una Delegación de Misiones siempre ha de ser un trabajo de apertura, de respeto y de compromiso. De apertura, puesto que la misión ad gentes, mirando hacia los territorios de misión es nuestro ADN; de respeto, puesto que toda ayuda que prestemos con la colaboración económica procedente de las campañas de OMP va a ir destinada a que las iglesias de los territorios de misión crezcan según su cultura y forma de ser y de vivir la fe, no según nuestros criterios; y de compromiso, puesto que buscamos que toda la comunidad diocesana, todos sus miembros, acojan las palabras del Señor: “Id, pues, y haced discípulos a todos los pueblos, bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo” (Mt 28,19).

Jesús Manuel Santiago Vázquez 
Delegado Diocesano de Misiones