Domund 2012
Queridos hermanos,
La celebración de la Jornada Mundial de las Misiones este 21 de octubre, con su colecta extraordinaria, nos recuerda a todos una vez más que anunciar el Evangelio “no constituye para la Iglesia algo de orden facultativo: está de por medio el deber que le incumbe, por mandato del Señor, con vista a que los hombres crean y se salven.” (Pablo VI, Evangelii nuntiandi n. 5).
Esta Jornada tiene
lugar además en el contexto de este especial “Año de la fe” querido por nuestro
Papa Benedicto XVI para toda la Iglesia universal, y con el lema “Llamados a
hacer resplandecer la Palabra de la verdad”. Para celebrarla adecuadamente, las
“Obras misionales pontificias” nos invitan a volver la mirada a quienes hacen
realidad estas palabras, y en concreto a nuestros propios misioneros, a los que
conocemos, familiares y amigos; es decir, a traer a la memoria a personas
concretas, que despiertan en nosotros aprecio y admiración, junto con un cariño
muy grande.
Ellos son para nosotros
testigos vivos y cercanos de la grandeza de la fe, que, junto con el amor,
explica y hace posible la tarea misionera. Son hermanos nuestros, miembros de
nuestra familia parroquial y diocesana, es decir, miembros de la Iglesia, que
es universal y que siguen construyendo allí donde van.
En efecto, el
anuncio de la fe es siempre igualmente el de una profunda comunión; ya que el testimonio del amor
salvador de Jesucristo, de que Dios es amor, es inseparable de la unidad de los
hermanos y del compartir en la caridad los bienes más preciados, los del
corazón y los más materiales, y, en resumen, toda la vida.
Los misioneros no
sólo entregan su vida desgastándose en su tarea, sino compartiéndola libremente
con aquellos a los que son enviados, poniéndola en común, queriendo ser con
ellos un solo corazón y una sola alma, un único Cuerpo, que es la Iglesia.
Así alcanza toda su
grandeza la labor misionera y se convierte, para todos nosotros, en el
testimonio de lo más grande y de lo más valioso. Pues anuncian de modo creíble
la verdad del Evangelio, que el Hijo de Dios se hizo por amor uno de nosotros,
para morir venciendo el mal y resucitar. Y despiertan en
nosotros la vitalidad propia de la fe, la conciencia de la dignidad de nuestra
existencia, de su destino bueno, y del camino magnífico en el amor y la unidad
que todos estamos llamados a recorrer en este mundo.
La celebración del
Domund es un gesto con el que la Iglesia nos invita este año especialmente a
renovar nuestra propia fe, abriendo el corazón a las dimensiones del mundo.
Necesitamos recordar siempre que así es nuestra fe, cercanía al prójimo en el
amor y acogida en la que caben todos los hombres, verdaderamente universal.
Agradezcamos a
nuestros misioneros su presencia y su obra, con la que nos testimonian de modo
concreto y comprensible la belleza de una fe vivida en la caridad, que sabe
comunicarse con la entrega de la propia persona.
Y pidamos al Señor,
con la oración y con un verdadero compartir también de nuestros bienes
materiales, que nos conforte y fortalezca nuestra fe, y nos haga igualmente a
nosotros testigos luminosos de la esperanza y del amor de Dios en el mundo.
Lugo, a 19 de octubre de 2012
+ Alfonso Carrasco Rouco
Obispo de Lugo