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18 jul 2016

Una vida dedicada a los demás, el misionero paúl Francisco Domingo Herrero

OMPRESS-PERÚ (15-07-16) Francisco Domingo Herrero es un padre paúl con más de 50 años de misionero en Perú. Llegó al país que sería su segunda patria el 4 de noviembre de 1965. Un fecha que no se le olvida. Aquel día un joven Francisco – joven pero muy bien formado, había estudiado incluso en Londres – llegaba en barco al puerto peruano de Callao. No había nadie esperándole, porque en aquel entonces se sabía cuando se salía y comenzaba el viaje, pero era difícil saber cuándo terminaba. Su barco había partido de Barcelona 20 días antes. Canarias, Caracas, el Canal de Panamá, Colombia… Nacido en Carbonero el Mayor, Segovia, 25 años antes, el joven misionero Paúl comenzaba la aventura, que dura hasta hoy, de una vida en la misión.
El primer destino que le dieron a aquel joven religioso fue sustituir durante un mes al párroco de Villa María del Triunfo, en Lurín, al sur de Lima. Después de aquel mes, lo enviaron a Canta, a los Andes, a una misión a 4.600 metros. Entre aquella gente tan buena y generosa, a la que recuerda con muchísimo cariño, sufrió el famoso “soroche”, el mal de altura. Mareos, dolores de cabeza, la falta de aire. Fue dura la adaptación, pero a Francisco se le alegra el rostro al pensar en la hermosa laguna de Chuchún y los 15 pueblos que se le encomendaron. A ellos se llegaba en jeep, a caballo, a pie.
Siempre le han costado muchísimo los cambios de destino, porque acabas queriendo con todo tu corazón a la gente. Le costó abandonar las alturas de los Andes, para ir a Lima, a Miraflores. Pasó de la pobreza “igualitaria” de aquellas aldeas de las montañas, al contraste del centro de Lima, donde se encontraban inmensas riquezas e inmensas pobrezas. Estuvo trabajando en diversas parroquias durante 24 años, además de ser superior en su comunidad religiosa o provincial de los padres paúles en el Perú. Siempre ayudando a todos con el Evangelio como guía. Y así, de parroquia en parroquia llegó de nuevo a Lurín, al lugar donde hoy vive su vocación de misionero como el primer día.
Francisco vive en el mismo lugar donde pasó el primer mes de su vida misionera. Una parroquia muy pobre, la de Santa Catalina Labouré en Villa María del Triunfo. Son 100.000 habitantes. La mitad clase media pobre, y la otra mitad pobreza extrema. Son tierras ocupadas; lo que se conoce como “invasiones”. La gente llega desde el interior, desde los Andes, y se establece en un terreno, con casas de madera, sin luz, sin agua. Así, en los siete cerros que suben desde la parroquia hacia las montañas se ven cientos y cientos de esas construcciones. En medio de las casitas se han establecido varias capillas, como si el Señor se hubiera vuelto uno más en medio de los pobres, y, unidos a cada una de ellas, comedores, dispensarios médicos. Se intenta como sea dar unas 120 comidas diarias en cada uno de esos comedores. Son sobre todo para los niños. En la misma parroquia hay un centro médico que atiende decenas de consultas diarias. Los misioneros paúles están allí para ser los que siempre escuchan, los que siempre ayudan, los que siempre están.
La pobreza es terrible. Son gentes que abandonaron sus aldeas en los Andes, lugares pequeños, que no tenían médico, ni colegio, ni futuro… Cuando uno empieza a subir a los cerros se da cuenta de que siempre hay más. Donde hace unos meses estaba el límite de las últimas casas, hoy ya está ocupado y lleno de gente. Una gente maravillosa. Pobres sí, pero saben reír, cooperar, acoger. Son bondadosos y comparten lo poco que tienen. Con los padres paúles están las Hijas de la Caridad. Francisco considera que las religiosas son la reserva moral de la Iglesia y del mundo. Son maravillosas, santas, entregadas, sacrificadas. Como los misioneros.