Los que se habían reunido, le preguntaron, diciendo: «Señor, ¿es ahora cuando vas a restaurar el
reino a Israel?». Les dijo: «No os toca a vosotros conocer los tiempos o momentos que el Padre
ha establecido con su propia autoridad; en cambio, recibiréis la fuerza del Espíritu Santo que va a
venir sobre vosotros y seréis mis testigos en Jerusalén, en toda Judea y Samaría y hasta el confín
de la tierra». Dicho esto, a la vista de ellos, fue elevado al cielo, hasta que una nube se lo quitó de
la vista (Hch 1,6-9).
Después de hablarles, el Señor Jesús fue llevado al cielo y se sentó a la derecha de Dios. Ellos
se fueron a predicar por todas partes, y el Señor cooperaba confirmando la palabra con las
señales que los acompañaban (Mc 16,19-20).
Y los sacó hasta cerca de Betania y, levantando sus manos, los bendijo. Y mientras los bendecía,
se separó de ellos, y fue llevado hacia el cielo. Ellos se postraron ante Él y se volvieron a
Jerusalén con gran alegría; y estaban siempre en el templo bendiciendo a Dios (Lc 24,50-53).
Queridos hermanos y hermanas:
Este año había decidido participar en vuestra Asamblea general anual, el jueves 21 de mayo,
fiesta de la Ascensión del Señor, pero se ha cancelado a causa de la pandemia que nos afecta a
todos. Por eso, deseo enviaros a todos vosotros este mensaje, para haceros llegar, igualmente, lo
que tengo en el corazón para deciros. Esta fiesta cristiana, en estos tiempos inimaginables que
estamos viviendo, me parece aún más rica de sugerencias para el camino y la misión de cada
uno de nosotros y de toda la Iglesia.